Niños y perros
La presencia de un perro en las distintas fases de desarrollo del niño influye de forma fundamental en su actitud como adulto.
No descubrimos nada si decimos que existe una gran e importante relación entre el hombre y el perro. No descubrimos nada si hablamos de las importantes funciones que ha desarrollado tan singular animal en las distintas sociedades y en las variopintas culturas a lo largo de su ancestral historia pero quizás encontremos alguna interesante novedad si ahondamos en una de las relaciones más bellas y especiales del perro con el ser humano: la relación entre el perro y el niño.
¡Quiero un perrito!
Los especialistas en marketing suelen señalar con su dedo acusador a los más pequeños del hogar como excelentes prescriptores para la compra de multitud de productos. Nuestros "locos bajitos" experimentan un torrente de sensaciones cuando ven, piensan o se les habla de un animal y más concretamente de un perro. Esta especial sensibilidad puede provocar que pongan en marcha su efectivo "látigo adquisitivo" y desmoronen la pétrea paciencia de los más rígidos padres. Pero... ¿Es realmente bueno que un niño tenga un perro? ¿Cómo afecta esa relación a sus preferencias futuras? ¿Qué problemas y ventajas puede acarrear ese nuevo amigo?
Juntos desde la cuna
Alrededor del año de edad, el niño puede apreciar la diferencia entre un peluche y un animal vivo gracias al movimiento natural de este último. Estos movimientos suelen provocar ansiedad en el pequeño, que desaparece de forma gradual gracias al contacto continuado con su nuevo e interesante amigo. Entre los dos y los cuatro años empieza a cimentarse una verdadera relación: el niño busca a su nuevo amigo, juega con él y le hace cómplice de sus sentimientos y travesuras. Desgraciadamente es en esta época cuando suceden más accidentes: el niño se dirige de forma brusca y directa hacia el perro, propio o ajeno, agita vigorosamente sus manos y brazos para llamar su atención y todo ello unido a la total incapacidad de valorar las consecuencias de sus acciones. Un niño se dirige hacia un perro para conocer y experimentar pero es incapaz de valorar el posible daño o las molestias que produce su manejo o acercamiento. El problema es de extrema gravedad cuando a la incapacidad de valoración del niño se suma la incapacidad absoluta de algunos padres, supuestos responsables de cubrir la citada incapacidad infantil.
A partir de los once años de edad, el concepto de animal está totalmente determinado y unido a un claro interés por el entorno natural. Es aquí donde se establece la base del entendimiento de los animales por parte del individuo adulto.
Nuestros hijos deben recibir información clara de lo que supone un animal de compañía en su hogar, una información adecuada a su edad. No podemos responsabilizar plenamente a un niño de corta edad de todas las necesidades de su mascota aunque sí debemos implicarles en todo lo que su edad y su capacidad permita.
Un perro no sustituye a un hermano ni proporciona la educación de los padres pero si tienen ocasión, escuchen a los adultos que han compartido su infancia o toda su vida con perros, esa experiencia, sin lugar a dudas, confirmará que este entrañable animal es el mejor amigo del niño.